Si te hace bien, ven.
(Francisco de Asis)
La vida de los santos, me ayuda para fijar la mirada y ver en ellos valores evangélicos, testigos cualificados de Cristo, modelos de seguimiento, que me animan a mirar mi vida y ver qué virtudes de los que el Espíritu Santo me ha regalado los voy cultivando para que también en mí se refleje algo de Dios.
San Martín de Porres, un santo peruano, modelo de creyente, experto en humanidad y caridad. Al conocer su vida, tomé conciencia que la santidad no entiende de colores de piel; sólo hace falta amar sin límite y esa capacidad solo viene de Dios.
Martín, sufrió mucho a causa de su color de piel. El racismo, esa diferencia que hacemos los seres humanos distinguiendo a nuestros semejantes por el color de la piel es algo tan sinsentido. Y lo peor no es la distinción que está ahí sino que ésta lleve consigo una minusvaloración de las personas (necesariamente distintas) para el desempeño de oficios, trabajos, remuneraciones y estima en la sociedad.
San Martín de Porres, fue un religioso de la Orden de Predicadores, hijo de un español y de una mujer de raza negra, a pesar de las limitaciones provenientes de su condición de hijo ilegítimo y mulato, aprendió la medicina y el oficio de barbero que, ejerció generosamente en Lima, ciudad del Perú, a favor de los pobres.
La figura de Martín de Porres, “fray escoba”, “el morenito”, “San Martincito de los pobres”, “Martín, el bueno”, “Martín, el caritativo”, llámesele como se le llame, respira frescura, novedad y actualidad. Es uno de esos santos que no “pasan de moda”. La diversidad de nombres con que la gente suele llamarle, dicen mucho de cómo las personas, sobre todo el pueblo pobre y sencillo, le ha conservado en su memoria.
Destacan entre sus virtudes: su inquebrantable espíritu de oración, su especial devoción al Sacramento de la Eucaristía, a la Virgen María y a Jesús crucificado, entregado al ayuno y a la penitencia vivió una existencia austera y humilde, pero irradiante de caridad. Sobre la oración, más de un testigo llega a dar cuenta de que, aún en medio de sus ocupaciones, encontraba un espacio para esconderse en los más secretos rincones del convento o de la iglesia para darse a la contemplación de lo divino. Así, se fue adecuando a los valores de Cristo, dejándose transformar por ellos.
Se identificó con los indí¬genas nativos, que vivían como pueblo conquistado, avasallados por los españoles que habían conquistado el Perú en 1533; se identificaba con los esclavos africanos que cumplían trabajo forzado en las minas de oro y plata; se identificaba con todos los de sangre mestiza de su ciudad, aquellos que pensaban que no pertenecían a nadie.
Martín se preocupaba de atender a los pobres de tantas maneras que muchas veces se le ha considerado el fundador de la profesión de asistente social de nuestros días. Sin duda su trabajo era un ejemplo del verdadero espíritu de la obra social cristiana: reconocer la dignidad de cada persona y atenderla de la misma manera como Jesús la atendería.
Murió el 3 de noviembre de 1639, pidiendo perdón a sus hermanos por sus malos ejemplos. El llamado "santo de la escoba" fue el primer santo negro de América.
Al igual que a Martín, Jesús quiere transformarnos a nosotros, los fieles de hoy, para que nuestra propia vida también sea testimonio vivo de su amor y su misericordia. ¿Estamos dispuestos a dejar que Él actúe en nosotros? ¿Le entregamos a Dios nuestros defectos y virtudes y lo buscamos de todo corazón?
Les saluda fraternalmente la Hna. María Fanny Terán